Piedad Serrano es educadora en Nadís desde hace siete años, directora de ocio y tiempo libre e impulsora del proyecto «Sort de Tu», una iniciativa que busca ofrecer tiempo de ocio y nuevas experiencias al alumnado, al mismo tiempo que proporciona un respiro a sus familias.
¿Qué te motivó a presentarte al proyecto de Voluntariado Internacional Norte-Sur?
Siempre había querido vivir una experiencia así, pero no me había atrevido hasta que me la ofrecieron desde el colegio. Me pareció el mejor lugar para hacer mi primer voluntariado; siempre he pensado que las cosas llegan cuando menos te lo esperas, y así fue: un correo, en una formación de digitalización, me llevó hasta Arica (Chile).
¿Cómo recuerdas la llegada? ¿Cuál fue tu primer impacto?
Llegué con mucha ilusión, sin expectativas y muy abierta a todo. Después de muchas horas de avión, la recogida en el aeropuerto me supo a “casa”. Impactan la pobreza y las dificultades en las que se encuentra la población; aunque sabía que sería una realidad dura, nunca eres del todo consciente hasta que la vives.
El primer impacto fue escuchar las alarmas por un tsunami; me hizo bajar del sueño de “todo está bien, todo será una experiencia…” y tomar conciencia de la realidad. Eso me llevó a vivir desde el primer día con la familia de Edith, que, sin conocernos, nos abrió las puertas de su casa.
Hablas de la fuerza, la fe y la esperanza de la comunidad. ¿Hay alguna persona o momento concreto que te haya dejado una huella especial?
Hay muchas personas que llevo marcadas en el corazón, pero si tuviera que elegir un momento, sería cuando una madre de la casa de acogida me abrazó llorando en la despedida, pidiéndole a Dios que me diera tres veces más de lo que yo les había dado. En ese instante pensé que yo ya había recibido mucho más de lo que había dado.
Pequeñas escenas, miradas y abrazos que nunca olvidaré.
¿Cuáles eran las tareas cotidianas de vuestro voluntariado?
En el Colegio Don Bosco, acompañar a niños con dificultades de aprendizaje, ayudarles en las actividades escolares, darles apoyo individual, animarlos y estar muy pendientes de ellos a nivel emocional.
En la Fundación Scalabrini (casa de acogida): dinamizar talleres de cuentacuentos y actividades con las familias, especialmente con madres y niños. Trabajábamos el cuento como una experiencia sensorial: leer, tocar, sentir, oler… para convertirlo en una herramienta de unión, aprendizaje y afecto en casa.
Y en la Asociación de mujeres inmigrantes: compartir espacios de encuentro, escucha y apoyo, participar en las actividades que ellas ya realizaban, darles espacio para que se expresaran y hacerme presente como una más del grupo.


¿Qué fue lo más difícil y qué fue lo más gratuito o sorprendente?
Lo más difícil fue enfrentarme a una realidad dura y, al mismo tiempo, sentir que lo que yo podía ofrecer era solo un pequeño grano de arena. También me resultó muy costoso marcharme, sabiendo que allí la situación sigue siendo complicada. Y lo más gratuito y sorprendente fue sentirme esperada con las puertas abiertas incluso antes de llegar: todavía estaba en España y ya recibía mensajes, bienvenidas y una calidez de personas que no me conocían, pero que ya me abrazaban. Esa generosidad tan espontánea y sincera es lo que más me ha marcado.
Escribes que esta experiencia te ha transformado. ¿En qué notas esa transformación en ti?
Esta experiencia me ha transformado porque me ha cambiado la mirada y las prioridades. He aprendido a vivir con más gratitud y a valorar lo esencial, pero también a valorarme como persona y a quererme más. Me ayudó a salir de mi zona de confort y, aun así, sentirme bien, segura de mí misma y capaz. Ha sido una manera de romper un círculo, de descubrir una fuerza interior que no sabía que tenía y de reafirmar la importancia de que, por pequeñas que sean las cosas, los esfuerzos cuentan.



¿Has vuelto con alguna nueva mirada sobre la vida, la docencia o la relación con los niños?
He vuelto con una mirada mucho más consciente. A veces, en el día a día, olvidamos que los niños son niños, que necesitan tiempos, espacios y ritmos que respeten su naturaleza. Nos atrapamos en rutinas, exigencias y objetivos, y funcionamos con el piloto automático. Allí vi cómo cada momento tenía un sentido, cómo cada espacio se vivía con calma y respeto, y cómo no se forzaban los procesos para avanzar más rápido.
Eso me ha recordado que la docencia no es solo enseñar contenidos, sino acompañar a personas pequeñas que crecen a su propio ritmo. Me ha hecho recuperar la mirada lenta, humana y atenta que a veces perdemos.
¿Recomendarías esta experiencia a otros jóvenes del colegio? ¿Qué les dirías?
Sí, sin ninguna duda recomendaría esta experiencia. Les diría que es una oportunidad única para descubrir cosas nuevas sobre ellos mismos y sobre los demás, para crecer como personas y aprender a valorar lo que a menudo damos por sentado. Que es un momento para salir de la zona de confort, vivir de manera intensa, comprender que incluso los pequeños gestos tienen un gran impacto y que, sin duda, nunca se arrepentirán.
¿Te gustaría volver en un futuro o implicarte de alguna otra manera en el proyecto?
Sí, quiero volver en un futuro; es una idea que tengo en la cabeza día sí y día también. Continúo manteniendo el contacto con todas las personas con las que compartí esta experiencia. Para mí fue un sueño vivirlo, pero ahora ha despertado una nueva necesidad: cumplir otro sueño, que es volver.
En una frase, ¿cómo resumirías qué te ha regalado Arica?
Arica me ha regalado personas, vidas, lágrimas y sonrisas, pero lo que más me ha regalado ha sido poder estar allí y vivir con ellas, con el corazón abierto.



